El racismo no puede desaparecer por ley

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En 2000, Fidel Castro admitió: “Descubrimos que la marginalidad y con ella la discriminación racial no son algo de lo que uno se deshace con una ley o incluso con diez leyes, y no hemos logrado eliminarlas por completo en cuarenta años”. Se refería al hecho de que después de 40 años no se había eliminado el racismo en Cuba. El problema es que el racismo no es algo que desaparezca cuando se aplican nuevas políticas o leyes. Es cierto que las leyes pueden utilizarse para mantener el racismo -como Jim Crow en Estados Unidos o el apartheid en Sudáfrica-, pero el problema del racismo es más profundo que la legislación.

El racismo es, en última instancia, una relación social. Define cómo se relacionan las personas de diferentes grupos. En Cuba, como ocurre en muchas sociedades posteriores a la esclavitud, la relación social es una que sitúa a los blancos en la cima y a los negros en la base. Esta estructura también configura la forma en que ambos grupos se ven mutuamente. Henry Louis Gates recordaba en Negro en América Latina que conoció a un cubano mestizo que se identificaba como blanco. Dado que hay poder en la blancura, muchos negros rechazan consciente o inconscientemente sus propias identidades y se esfuerzan por ser blancos.

Kenneth Clark descubrió que el fin de la segregación legalizada en Estados Unidos no mejoró la autoestima de los niños negros. Esto se debió a que el problema no era la segregación en sí. El problema era la impotencia de la comunidad negra y el hecho de que la supremacía blanca está profundamente arraigada en todos los aspectos de la vida social en América. Esto siguió siendo cierto incluso después del fin de la segregación legalizada. El racismo es un problema que existe en múltiples niveles de cualquier sociedad y que requiere un enfoque polifacético para abordarlo. La legislación es sólo una parte del problema.